miércoles, 12 de enero de 2011

Perdido en la Multitud

A su manera, sé que ya se despidió. Simple y en silencio, como lo fueron nuestros prematuros encuentros. La parte difícil será quitarme la costumbre de usted, alejar de alguna manera el sonido de su voz rebotando en mis oídos, su rostro en el que mis ojos descansaban, o su pelo que llenaba de hambre mis manos. También tengo que remover los planes y salidas juntos, ahora, soy dueño de un tiempo interminable que esgrime su espalda como un muro, pero aún no me pienso en algún lugar a la medianoche que no sea entre sus brazos. Ya vendrá lo peor, ahorita es como una herida de bala; sé que estoy herido y comprendo la gravedad de mi situación, pero el shock ha dormido mis nervios por completo y estoy en la espera del dolor supremo que avanzará montando un caballo de huesos.

Hoy por ejemplo, probé mi primer viaje sin usted en el autobús. Para suerte mía y pese a que eran horas pico encontré asiento rápido y luego de acomodarme saqué de mi mochila un ejemplar de las obras completas de Roque Dalton. Sí, quería distraerme de usted un momento, pero como macabra ironía, el separador del libro marcaba justo el poema “Desnuda”… “Amo tu desnudez, porque desnuda me bebes con los poros”… y si tiene memoria, este fue uno de los poemas que solía escribirle en las tardes por correo.

Mientras intentaba tragarme la tristeza, una voz delgada saludó a mi lado izquierdo. Era una señora blanca de cabello corto y castaño, de indumentaria sencilla. Devolví el saludo en el tono serio que suelo utilizar con los desconocidos y regresé mis ojos al poema. La señora siguió hablándome mientras yo maldecía mi decisión de tomar ese asiento. Para no dar largas, le digo que ya no pude leer más durante todo el trayecto hasta mi casa. Me narró desde su vida de soltera hasta el día en que vio a sus dos hijos convertirse uno en médico y otro en abogado. Apelé toda mi poca paciencia y los rincones más profundos de la cortesía para mantenerme como interlocutor sonriente e interesado.

Pero he llegado a la conclusión que ese fortuito encuentro con la señora parlanchina fue una sana distracción de usted. Todo se perfilaba como un remolino de melancolía: había viento fuerte, el solitario autobús, mis pasos sin el sonido de los suyos a mi lado, el poema que le dediqué, en fin, tenía los ingredientes para un coctel molotov de tristeza. Fueron mis minutos de descanso, ahora me toca figurarme el porvenir, cómo haré para sacarla de los rincones de mi piel en los que me recorre día y noche. Hoy me tocará a mí ser creativo.

No quiero aburrirla, sé que tiene mejores cosas que hacer mientras yo descifro la manera de apartarla de mi mente y me gustaría que fuese tan simple de hacerlo, así como la primera vez que hablamos. Para gente como usted, que se premian tener mente y corazón de hielo, es fácil aprender a ver las cosas en óptica conveniente, sin daños personales. Mi fórmula de alejamiento será disolver su rostro entre una multitud de personas, confundirlo y mezclarlo, revolver los colores de su cabello, el tono de su delicada piel, su nariz sin el lunar que tanto me encantaba…

Sólo entreveo la dificultad que luego de dispersar su rostro entre la multitud, tendré que alejar mi vista de ellos, ya que mi mente, tan entrenada en su persona, mecánicamente formará su rostro que habré creído perder, y cada rasgo suyo estará en todos lados, en todas las gentes, pero, algo tengo que probar.

Me despido, quizás nunca llegue a leer esto, y no importa, escribirle es como sacar mis demonios y drenar parte de la tristeza que de usted padezco.

Espero que pronto llegue a conformar la alquimia perfecta, para dejarla al olvido.

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