sábado, 27 de noviembre de 2010

Es Caprichoso el Azar III




Ahogo



No sé si el avión ya se estrelló. Preferí apartar las manos antes del final. No hice mayor esfuerzo, pero Ella ya no está conmigo. Y lo peor es que Ella se fue de la forma más amarga: con una despedida tácita, tan llena de indiferencia. Como si al día siguiente se hubiese levantado con otra vida dentro del mismo cuerpo. Ella ya no está, y yo me estoy ahogando.


Y heme aquí, como todo hombre “normal”, en un bar bebiendo cerveza. Estoy solo. De vez en cuando miro el teléfono y pienso en llamarle o escribirle un mensaje de texto. Tristeza. La había sentido antes, pero no de esta forma. Habían sido tristezas superfluas que se me habían quitado con un libro, la televisión o una siesta. Me asombro que alguien como yo esté así de triste, es una angustia que me cabalga en el pecho, una sensación de ahogo que me sumerge a la oscuridad; y el recuerdo de ella que me acaricia el cuerpo como un gato cariñoso que ronronea entre las piernas de su dueño. Dios, qué angustia. Siento los ojos como dos brazas, pero tampoco creo ser capaz de llorar, y si lo hago, estaría satisfecho de haber completado, o más bien aprendido, una fase de humanidad.


El entorno es agradable, no hay muchos comensales. Es tranquilo hasta donde se puede. Frente a mí hay otro tipo que está solitario en una mesa, juzgo que lleva más de diez cervezas porque está hablando solo, se debate en un monólogo interno donde justifica su forma de ser, su apatía por las reglas, su amor por las mujeres. A la izquierda hay otros dos, llevan entre ambos, unas 17 cervezas según mi ojo alcanza a contar. Uno es pálido con bigote escaso y cabello rizado, tendrá unos cuarenta años, y el tema de conversación principal son las añoranzas de su bachillerato, está narrando sobre las reuniones de promoción y sus compañeros que son abogados, ingenieros, y otros. De vez en cuando mira a alguna de las meseras y guiña un ojo, le sonríe. El otro es de complexión gruesa, moreno, y tiene la mirada un tanto adormitada, por el sueño o las cervezas, o ambos quizás. Fuman dos cigarrillos por cada cerveza, y a veces se hablan muy bajo y ríen como si fuesen cómplices en algún negocio mal habido.


Al fondo hay un grupo de ocho cuarentones, esos son muy amenos, con risas estruendosas, abrazos y palmadas fuertes. Uno de ellos se pone de pie y se dirige al baño, tambaleante y parece que se ladea, una mesera corre y amablemente le indica el camino. Y yo sigo aquí, mirándoles, divirtiéndome aunque la tristeza me esté ahogando. Aunque Ella me esté empujando desde su indiferencia a este mar de tristeza líquida. Una mesera se acerca, me pregunta si necesito algo más mientras me sonríe. Yo pido otra cerveza, y ella vuelve su sonrisa y me pregunta por qué estoy solo. Le digo que quiero dejar pasar un mal rato en soledad para poder ordenar mis ideas. Me mira condescendientemente y me dice que venga más seguido al lugar, y que podrá hacerme compañía. Otra vez río, la mesera acaba de coquetear conmigo, y pienso que gracias a la tristeza, estoy aprendiendo a ser más humano.


Regreso a mi cerveza, y a Ella que seguro duerme con el sueño que es mío. En lo que va de la noche me pregunto si esto que siento es lo que llaman “amor”, otra cosa que jamás he tenido oportunidad de explicarme. Pero la gente no solo llora por “amor”, también lloran por dolor e incluso por alegría. Pero el dolor es lo que más compete a este momento. Tengo otra sensación más para agregarla. Total hoy me doy cuenta que soy una farsa, soy una sarta de sentimientos y sensaciones aprendidas, pero en el fondo soy tan indiferente como lo es Ella. Miro de nuevo mi teléfono. Ella no llamará.

No hay comentarios:

Publicar un comentario