jueves, 23 de diciembre de 2010

Es Caprichoso El Azar IV - Muerte

Muerte
Las luces de fondo se apagan. Y pronto, las luces de una vida se apagarán también. El azar me llevó con Ella, me hizo estar con Ella. Pero seré yo, quien ahora apague la vida en Ella. Una vez más mis intentos por tener un poco de humanidad llegan a su fin, el monstruo que soy supervive y toma la delantera. Y no es que no haya aprendido a vivir como tal, a mi manera lo he hecho; sin embargo, cuando creo que de verdad “siento”, me creo que en verdad lo hago, y por ende, soy como cualquier humano. Con Ella llegué a sentir tristeza, a conocer la tristeza más pura, tan llena de ajenjo e inflamada de ahogo. Es lindo sentirse humano y capaz de sentir emociones, de llenarnos de un particular estado de ánimo. Ella me enseñó a sentirme humano, por un período corto de tiempo.

Ahora, en mi lugar secreto, con mis instrumentos y mi monstruosidad desnuda, la tengo cautiva; atada y amordazada a la silla de madera en la que otros han estado. Veo sus ojos que luego de una hora han cesado en lágrimas, aunque se mantienen abiertos y húmedos. Veo el horror en sus ojos, he visto esa mirada en cada víctima, todos tienen esa mirada mezclada en súplica y terror, y esas miradas, deben creerme, hablan más que los gritos que pudiesen dar a todo pulmón. Y la mirada suprema, la que el horror posee hasta el punto de estirar el ángulo visual, es cuando comienzo de desnudar mis instrumentos, mis cuchillos delgados, los gruesos, el bisturí. Cuando corte la piel de mis víctimas, la mirada desaparece, aprietan los párpados como si los ojos fuesen a salirse de sus órbitas. Es el dolor, y a medida que van desangrándose, aquella mirada se hace triste y débil, siempre llena de horror.

Ella podría ser la número sesenta, pero no puedo contarla como otro trofeo mío, aún no. Ella ha sido especial, y en realidad no tendría razón para asesinarla, pues generalmente, mato gente que a la óptica humana son consideradas “malas”. Ella no se lo merece, pero soy como el niño envidioso que no puede tener el juguete de su compañero y por eso lo rompe, lo destruye. Y no se imaginan cuánto gustaría en quedarme el cuerpo de Ella conmigo, hasta que yo muera. Sería mi muñeca macabra que abrazaría en mis noches preñadas de insomnio, acariciaría su cabello azabache, le perfumaría la piel, y con mi calor arrancaría el beso frío de la muerte depositada en su cuerpo. Pero los cadáveres se descomponen, y honda será mi tristeza al verla convertida en alimento de insectos. Me conformaré, con guardar nada más una uña de su dedo índice, y un mechón de cabello que podré cuidar y mantener para perdurar su aroma.

La corto despacio, la sangre fluye de cada herida como lágrimas acres, y a mi vista, su sangre es  brillante con un recorrido majestuoso y lento. Ahora la piel se ha vuelto pálida, seguramente está pensando en el grave error que cometió al conocerme; pero no se debe culpar a ella ni a mí, a nadie. Fue nada más el azar. Hago cortes precisos, en el muslo para la femoral, la carótida en el cuello donde puedo tener ya el control de su vida, sabiendo en qué momento preciso cortaré el cuerpo carotideo que va alterar su respiración y el oxigeno del cerebro, luego las carótidas internas, que harán que sus ojos se apaguen, y para desgracia, dejen de mirarme. Claro, mi precisión la he cultivado luego de años de práctica, y por supuesto, equivocaciones. Pero todo oficio requiere de aprendizaje y error, incluso el oficio de matar.

Ante mis ojos extasiados, Ella muere. Cierro sus párpados con vehemencia, beso su frente húmeda por el doloroso sudor que le llegó antes de morir. A diferencia de otras ocasiones, no quiero apresurarme a limpiar la sangre; esta sangre es preciada para mí, invaluable y llena de recuerdos. Pero, la contemplaré unos momentos más, y otro recuerdo de su cuerpo llenará mi memoria. Corto su dedo para luego extraer la uña, y el preciado mechón de cabello que guardará el secreto de su muerte. Hay silencio, la hora de los detergentes y limpiadores ha llegado, con tristeza para mí.

Mañana saldré de nuevo al mundo,  sonreiré otra vez, de nuevo seré el practicante de sentimientos para encajar y pasar desapercibido. Ahora, me despido de Ella, de su cuerpo que alguna noche tuve entre mis brazos.

Y en esta mórbida hora, se alza como el mejor de mis trofeos.

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