lunes, 17 de enero de 2011

El Eterno Retorno

“Eres el profeta del eterno retorno”, dijeron los animales a Zaratustra. La filosofía de Nietzsche se basa en eso, el eterno retorno. Y hay quienes dicen que Nietzsche fue más un romántico soñador antes que un filósofo, para los detractores, la filosofía en él era una orgiástica danza de pensamientos inspirados en un genio incansable y no el concepto de investigación que la filosofía comúnmente abarca. Pero lejos de Nietzsche y su filosofía romántica, del superhombre, de Dionisio y la aceptación de la vida, me doy cuenta cachita, que yo me adjudiqué al círculo del eterno retorno.
En mi vida,  parece que siempre estoy manejando, y pese a que mi vista está al frente del volante, también voy dando vistazos al espejo retrovisor lateral de mi vehículo. Esto, como sabe, me sirve para prever las maniobras del volante, preciso los otros carros que vienen tras de mí y calculo la velocidad para cada uno de mis movimientos y cambios de velocidad, situaciones que me evitan chocar o una mala maniobra que ponga en riesgo mi vida, la de algún peatón o incluso otros automovilistas. El eje es el mismo: el espejo retrovisor. De alguna manera ver hacia atrás nos ayuda a manejar con pericia nuestra vida actual, tenemos que regresar al pasado, aunque sea viéndolo como una retrospectiva en pequeño para poder subsistir en nuestra actualidad.
Aunque suene tonto, pero yo quiero arrancar el espejo retrovisor de mi vida. Es cierto que puede servirme para continuar mi presente, sin embargo, todo lo que aparece sobre el espejo es usted, no otros autos; calcular distancias y la sabiduría de la previsión son un todo que se esfuma con su presencia invadiendo de memorias mis retornos. Cada retrospectiva, cada retorno que hago hacia mis valores antiguos, es usted. No sé cómo llegó hasta ahí. Incluso la idea de pensar en el lugar que vino a ocupar en su breve estadía por mi sangre me deja helado. Todo mi pasado se volvió usted, o usted se vertió sobre él.
Por más que trato de buscar un rincón donde usted no habite, parece que todo me arrastra de los pies para mostrármela por doquier. A medida cubro de sombras mi existencia, usted se acerca con sus manos colmadas de ausencia.
La figura de Dionisio significa aceptación de la vida, con sus dolores, privaciones y lágrimas, y la respuesta de Nietzsche no es el ascetismo, es vivir la vida, resurgir y volvernos un superhombre capaz de derribar los obstáculos que la vida nos interpone, transmutar los valores decía en Ecce Homo. Pero el propio Nietzsche acabó presa de sus fantasmas y su eterno retorno, y al final, su mente tan lúcida sucumbió en un paroxismo de locura que jamás lo sacó de la oscuridad. La praxis del superhombre se llevó al fracaso en el filósofo mismo. La praxis de superarla a usted, cachita mía, también me empuja al fracaso de mis intentos de apartarla.
Hace dos días visité el lugar que frecuentábamos en nuestras salidas nocturnas. Regresar solo y triste fue como volver enfermo o lisiado de una guerra, al final, no importa si se está vivo, lo que importa es el dolor de vernos destruidos con heridas que nos recordarán nuestra desdicha hasta que la muerte nos llegue. En cierta forma, he regresado a muchos lugares que compartimos juntos, y en todos me encuentro herido, y pese a la amargura, me doy cuenta que el retornar al pasado, pese a que abro heridas nuevas, también logro cansar mi existencia, y quien quita, tal vez en uno de esos regresos a usted sin que la encuentre, quizás me encuentre a la muerte.
Aunque esté condenado al círculo de su recuerdo, al eterno retorno hacia usted, no pierdo la esperanza de encontrarla de nuevo, o de una vez por todas, encontrar a la muerte, disfrazada con su cuerpo.

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