sábado, 1 de enero de 2011

P.D. : Una Sombra

Sé que a usted no le gustan los temas relacionados a la muerte. Sin embargo, para esta ocasión, la muerte es tópico imprescindible. Pero voy a comenzar con su adiós. No piense que divagaré, o que este intento de comunicación con su persona es muestra de la fragilidad de sentimientos que usted pensó que padecí, o padezco. Le respondo que mejor aleje esa idea de su cabeza, caiga en cuenta que desde su despedida (pues fue suya), no hice ningún intento de contacto con usted, hasta ahora. Si ya leyó estas primeras líneas, entonces ya sabe quién soy, y probablemente un escalofrío le ha recorrido la espalda y una ligera sensación de pavor ha invadido su pecho. No se sobresalte, todavía no. Yo, soy nada más una sombra.

Aunque, pensándolo bien, no quiero ahondar recordando su despedida; a mi modo de ver, todas las despedidas tienen un grado de tristeza, pero no todas duelen. La suya me dolió, lo acepto, aunque usted, luego de leer esto sonría y piense que ha acertado en que soy frágil. Yo le digo, que no es así del todo. Su despedida dolió, por el simple hecho que fue tácita, ausente de palabras y peor, ausente de gestos. Un día anduvimos con las miradas entrelazadas, acostados en una cama a la medianoche, y al otro día, usted simplemente ya no me conocía. Es obvio que su indiferencia me gritó a voces que se había marchado. Una despedida tácita, y una resaca de lo que fue su piel, quedó añejando mi boca desde entonces.

No uniré causa y efecto, pero luego, vino mi racha de mala suerte. Comenzaron mis fuertes dolores de cabeza, espasmos musculares, y un decaimiento de espíritu que terminó de doblegar a mi ya afligido cuerpo. Sí, estaba triste, no por usted, pues traté de ponerla a un lado con todo el recuerdo cultivado para seguir caminando; mi tristeza era distinta y me llegaba por todos lados sin que yo pudiese verla. Me entristecía todo. Luego comencé a beber, tampoco crea que fue por causa suya; algo instintivo y autodestructivo del ser humano, casi un cliché, es que la tristeza se asocia con el alcoholismo, es cierto en parte, pero, usted no era porción grande en mi pastel de tristeza. No le niego que más de una ocasión, sentado a la mesa de algún bar pensé en usted, pero mi intención luego de todo era no darle cabida en mi pensamiento, tal y como seguramente usted lo hizo.

Lo raro fue cuando mis ojos dejaron  de percibir los colores. Al principio me asusté y acudí con rapidez al oftalmólogo, quien amablemente me hizo pruebas y luego dictaminó que mis ojos estaban bien. Pero el problema persistía y seguí consultando diferentes doctores, hasta que al final, temí que mi última parada fuese el consultorio de un sicólogo y un siquiatra. Dejé de percibir el color rojo, luego el azul, y así gradualmente. Tuve serios problemas para arreglarme con los semáforos y las combinaciones de mi ropa para el trabajo. Por lo menos, con tanta preocupación, la tristeza se había relegado significativamente. Un día desperté  y al abrir mis ojos los colores habían desaparecido por completo, mi mundo era en blanco y negro, como una película de los años cincuenta.

Eso no fue todo, para agregarme otro pesar, también me di cuenta que mi sombra estaba desapareciendo. Cierto día, me dirigía a almorzar y mientras caminaba hacia mi automóvil me fui percatando que mi sombra estaba más delgada, traté de colocarme de tal forma que el sol bañado en mi cuerpo proyectase completa mi sombra, pero no lo logré. En aquellos días, como temía estar loco, no podía platicar con nadie de los extraños sucesos, por lo cual decidí entregarme a la locura aceptándola como tal. Imagínese lo difícil que era para mí cuando algún amigo o compañero del trabajo me señalaba que viera a la linda mujer vestida con un pantalón rojo ajustado. O que alguien me preguntase si su corbata morada combinaba con un traje marrón con rayas.

Mientras tanto, mi sombra seguía menguando hasta que desapareció por completo, pero no le presté importancia, pues ya me había acostumbrado a la idea de que estaba loco. En cambio, mis dolores físicos se agudizaron.

Dicen que mi infarto se debió al estrés. Otros dicen que mi último estilo de vida lleno de excesos de alcohol y tabaco fue lo que me empujó al infarto. No me pregunte qué se siente morir, porque le diré que no se siente nada, o por lo menos yo no sentí nada. Puedo hacer semejanza a cuando usted está de noche en su casa y luego hay un apagón de luz y de súbito queda a oscuras. Así fue conmigo. Había llegado a mi casa luego de un día normal de trabajo, pensé en ponerme cómodo para salir a beber y subí las gradas hacia mi habitación en el segundo piso, llegué al guardarropa pero jamás lo pude abrir.

Tampoco me pregunte cómo es que sigo aquí, o si lo ponemos en términos fantásticos, cómo es que llegué a perdurar como fantasma. Le va parecer gracioso, pero luego de morime seguí pensándome vivo y estuve intentando abrir el dichoso guardarropa, hasta que vi hacia abajo mi cuerpo tendido sobre el piso. Pasé encerrado casi dos días en el cuarto de servicio de mi casa, escuché cuando abrieron la puerta de la casa, las sirenas de las ambulancias (seguro alguien se percató que algo pasaba), y algunos de mis pocos familiares que llegaron a decidir mi funeral y el destino de mis biens. Me rehusé presentarme en mi funeral, seguramente usted no fue, al cabo, pienso que no fui gran cosa en su mundo por la forma en cómo me desechó.

He andado vagando desde entonces, a veces habito en casas vacías, otras rondo en las que hay gente viva y trato de estudiarlos, de ver cómo se comportan y así recordar el humano que algún día fui. Lo único bueno le diré, es que mi sombra regresó, no es visible todo el tiempo, más que todo, puedo verme proyectado cuando es mediodía y el sol está en su clímax de calor. También es visible cuando hay aglomeración de personas, ellos proyectan su sombra en el suelo o en un pared según la dirección de la luz que los bañe, entonces me licúo entre la gente y mi sombra levemente se proyecta jugueteando con las de ellos. Si no me cree, querida mía, la invito que haga la prueba al estar por ejemplo en una parada de buses llena de gente, si tiene la oportunidad, cuente el número de personas que están y luego trate de cotejar con el número de sombras proyectadas. Entonces se dará cuenta que el número de sombras es mayor que el número de gente, eso significa, que hay otros seres inmateriales como yo ahí presentes, buscando proyectar la sombra fantasmal y recordar la vida que alguna vez tuvimos. Los colores no han vuelto, y sin embargo en mi estado, ya no los preciso.

Descubrí también que los seres como yo podemos mover objetos en la realidad física, y le confieso que me he divertido de lo lindo asustando gente en algunas casas. Pero no hago eso siempre, hoy por ejemplo, decidí hacer un esfuerzo y escribirle a usted.

De seguro creyó que al principio todo era una broma fúnebre, pero a medida ha leído, se ha dado cuenta que hay cierta familiaridad de su vida actual con lo que yo le he narrado en el papel. Sí, aquí estoy, viendo sus gestos mientras lee, y no sabe cuánto desearía poder hablarle y decirle con mi propia voz todo esto que he escrito. Y tampoco trate de buscarme con la mirada, será en vano por mucho que trate de agudizar su vista y mover la cabeza en varias direcciones. Confórmese con saber que estoy cerca de usted. No se inquiete, puedo tocarla, pero le daría un tremendo escalofrío y mi intención no es asustarla.

Es obvio que he venido en muchas ocasiones aquí para verla, y pese a lo amargo que fue para mí su despedida, aún después de la muerte yo he seguido preocupado por usted y es por eso que vengo a visitarla con regularidad. Sí, la extraño grandemente, de forma grande como lo fue su indiferencia.

Durante estas visitas me he dado cuenta que usted está perdiendo la percepción de los colores, hace una semana pasó consulta con el oftalmólogo y no le detectaron nada malo. Ayer habló con una amiga suya acerca del problema pero al parecer ella le recomendó que vaya directo a sicólogo. Es tal como me sucedió a mí. Y su sombra, desde hace tres días, se está disolviendo. Usted lo notó ayer, cuando salió al patio a tender ropa y estuvo moviéndose de un lado a otro para proyectar su sombra completa sin resultado satisfactorio, tal y como yo lo hice en el parqueo.

Me temo que usted morirá de un momento a otro, según los eventos parecidos a los míos que le están acontenciendo. Por lo menos, ya sabe que no está loca.

No tenga miedo, he considerado la idea de que pronto atravesará el mismo proceso que yo enfrenté, el punto es que no quiero que lo haga sola, como yo lo hice. Además, no creo que toda la gente sufra la perdida de los colores y de la sombra antes de morir. Eso nos hace especiales, y si me permite, quisiera la oportunidad de construir en la muerte lo que no hicimos en vida. Ya sé que está pensando que soy un cursi, pero nada me haría más feliz que sentir su presencia incorpórea al lado de la mía. No es mi intención ser ave de mal agüero con estas noticias que ahora le traigo.

Muchos dirían que si no me quiso en vida lo hará menos en la muerte, pero nadie de ellos ha estado muerto como para darse cuenta que las cosas tienen mayor posibilidad de cambiar en la muerte. Es más, le propongo que nuestra primera cita sea el día de su funeral, así no tendrá el pesar de ver a sus seres queridos sufrir. Recuerde lo que le escribí al inicio de esta carta, todas las despedidas tienen algo de tristeza, pero no todas duelen. Hoy le invito a quitar el dolor de la despedida de su mundo físico, no le quitaré la tristeza, pero juntos, tal vez podamos remover de una vez el dolor y al mismo tiempo, abrir una nueva puerta e intentar volvernos una sola sombra.

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