miércoles, 26 de enero de 2011

Tropezando con su luz


Hoy tropecé con un fragmento de su luz. Como casi todos los días desde su ausencia, me hallé caminando gris y distraído por la calle con los ojos oscuros; entre cada paso estéril y vacilante miré hacia abajo en dirección a una masa de luz que emitía un abrazo colmado en calor. Rápidamente pensé que era un trozo de usted Cachita. No sabe con qué alegría me apresuré a tomarlo y estrecharlo entre mis manos para sentir un poquito de usted de nuevo. El fragmento brillaba pálidamente y aquel resplandor pausado me dio a beber un poco de su recuerdo,  entre sus besos, su mirada, o su cuerpo desnudo que hacía de la medianoche un mediodía. Sí, era una cuota de la luz perdida con su despedida, y por un momento me fue entregado el delicado aroma de su abrazo, sentí de nuevo sus manos, su cabello negro que se adormecía entre mis dedos, sentí su boca cargada de flores y olvido. Guardé el trozo de luz en la mochila, junto a un libro de poemas de Otoniel Guevara y creo que la mochila se volvió un sahumerio lamiendo mi espalda. Tenía un tesoro a cuestas. Recordé el sabor de la risa, y las lágrimas se degradaron a leyenda urbana. Ya no tenía motivo para mirarla de reojo o a escondidas para sustentar mi alma, no tenía razones para escribirle correos o mensajes de texto con la bandera rota de antemano sabiendo que usted no respondería.

Al llegar a la oficina decidí no trabajar y dedicarme exclusivamente al fragmento de usted. Lo acaricié con vehemencia y  en dichos instantes concluí que su fragmento era mejor que usted completa, sólo sostenía luz, calor, vida crepitando entre las palmas de mis manos, ya no estaban sus palabras diciéndome “no me quiera” “esto durará hasta que me aburra” o el clásico “quiero mi espacio”. Incluso parecía que la porción de luz refulgía con cada caricia o beso que le proporcionaba.

No salí a mi hora de almuerzo, me quedé con usted, yo no me aburría, y cada vez me sentía con vida inyectándose a través de mis venas. Si alguien se asomaba a saludar, o pedir papeles, entonces la guardaba con rapidez en la gaveta de mi escritorio para que nadie la mirase.

A la hora de salida la llevé junto a mí en el primer autobús, afortunadamente no había llevado mi carro por lo que el deleite fue mayor. En el trayecto me quedé dormido, y otra vez me devolví a las madrugadas con su cuerpo entre sábanas blancas, a la media luz de nuestras miradas que se encontraban y separaban, otra vez tenía su voz entre el viento de la noche contando historias de miel a mi espalda. Pero desperté, y por desgracia el fragmento de usted se había escurrido entre mis manos. Lo busqué por debajo de los asientos, saqué la cabeza por la ventana del autobús para ver si el viento lo había levantado. No lo encontré. No sabía si reír o matarme.

Con resignación de pena capital, me entregué a mi destino. Otra vez estaría sin usted, otra vez se vestiría de sueños, se teñiría el cabello con niebla y me tocaría el rostro con sus dedos incendiados en lágrimas. El incierto destino de su indiferencia arreciaba su lluvia de ayeres. La mirada se me cubrió de sombras y otra vez el mundo se vistió de entierro, la gente sumergida en sus propias cabezas, los autobuses heridos de humo y desenfreno, y el espacio de su cuerpo sumergiendo en abismos mis ya vacilantes y humillados pasos.

Derrotado me bajé del autobús para tomar el otro que me lleva a casa. Por más que busqué en las puertas, entre la gente, debajo de las piedras, no encontré más de su luz. Con habilidad de ciego que sabe oler su propia tristeza, me estoy desgajando los últimos racimos de destellos. Mi luz se está acabando desde su partida.
Mañana saldré más temprano a buscarla, no aspiro encontrarla completa, pero como hoy, anhelo encontrar un fragmento que sepa poder reconocer por medio del calor y la luz que emite como gorriones eléctricos.  Tengo la absurda esperanza, que tal vez mañana, en algún lugar se encuentre su piel diseminada como semilla eterna entre las máscaras que circundan mi ruta, que esté latiendo, palpitando al compás de sus besos vertidos en mis ojos; que usted, en alguna parte de su mutismo sienta que algo de su cuerpo falta; tal vez yo pueda  volver a reír sin este dolor que ahora tengo, sin estas ganas de seguir o ahogarme y sentir de nuevo mi vista separada entre su cuerpo cubierto de lejanía y sumido en la oscuridad hasta perderse, como el tren que es tragado por las sombras de la memoria para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario